Mantiene
Polanyi en la “Gran Transformación”, su crítica al modelo del
liberalismo económico, que el origen de los regímenes fascistas de
la década de los años 20 y 30 del siglo XX no fue debido tanto al
miedo al bolcheviquismo, la dictadura del proletariado o al
comunismos sino al peligro que suponía la clase obrera de que en
situaciones críticas no estaban dispuestas a respetar las normas del
mercado y su sistema económico, el libre comercio.
El
medio al bolcheviquismo había sido conjurado antes del ascenso del
fascismo tanto en Italia como en Alemania. Es cierto que en 1921 en
el Italia fueron ocupadas fábricas por obreros armados, pero cuando
dos años más tarde Mussolini marchó sobre la capital Roma, el
peligro de las fábricas ocupadas había sido eliminado. Algo similar
había ocurrido en Alemania, las tasas de desempleo habían
desaparecido antes de que Hitler fuese nombrado Canciller. Es por
ello que Polanyi mantiene que si en política también son aplicables
la ley de causa efecto, contradicen la idea de mantenida tanto por
Mussolini como Hitler de que acabaron con el peligro del
bolcheviquismo en sus respectivos países.
Por
el contrario la clase obrera tras la Gran Guerra era la única fuerza
para oponerse con consecuencias devastadoras a la economía de
mercado, produciendo una desmovilización, reducción de las
inversiones, minando el crédito y el comercio exterior y evitando la
reproducción del Capital.
La
clase obrera y la campesina optaron por la intervención en la
economía librecambista, los primeros mediante una intervención con
leyes sobre legislación social, trabajo y sobre las condiciones en
las fábricas; los segundos en cambio, su intervencionismo fue
mediante el establecimiento de un régimen arancelario que los
protegiese aunque la restricción de las importaciones de grano
conllevase el aumento de los precios de los cereales y hambre en las
ciudades. Pero la gran diferencia es que mientras las clases obreras
atacaron el sistema de libre mercado, los segundos, las clases
campesinas, lo defendieron y fueron utilizados para mantener “el
orden y la ley” y se les concedió por el tiempo mínimo necesario
el suficiente poder para acabar con los únicos capaces de ser una
amenaza fatal del régimen económico del libre mercado. Conjurado el
peligro del bolcheviquismo los campesinos fueron relegados a su papel
testimonial dentro de la economía industrial.